Para la activista de SalmonState Rachel James, al igual que para muchos alasqueños, una declaración en 2014 fue de gran alivio: la Agencia de Protección Ambiental de los EE. UU. bloquearía un proyecto de minería de cobre y oro en expansión al cual se oponen vehementemente los pescadores comerciales, los nativos de Alaska y los grupos conservacionistas como el de ella.
La Pebble Mine crearía lo que sería la excavación a cielo abierto más grande de América del Norte y lagunas de relaves potencialmente tóxicos. Peor aún, estaría ubicada en la cabecera de la bahía de Bristol, donde los pescadores pescan más salmón rojo que en ninguna otra parte del planeta y millones de aves, incluidos la mayoría de Gansos de Collar y Ánsares Emperadores, se reproducen y alimentan. Incluso la versión más pequeña de la mina, dijeron los científicos de la EPA, podría tener “efectos adversos significativos e inaceptables” en la cuenca.
Por ello, fue un golpe duro cuando la EPA revirtió su posición este verano, solo unas semanas después de que científicos de la agencia publicaran comentarios sugiriendo que estaban preocupados. “No tiene sentido”, sintetiza James claramente frustrada. “La ciencia no cambió, los datos no cambiaron, fue la política la que cambió”.
Los conservacionistas en otras regiones también están luchando batallas de minas que creían que ya habían dejado atrás. En el último año, los funcionarios federales han revivido al menos otras dos propuestas de minería de cobre para pararrayos que alguna vez se consideraron demasiado riesgosas: una junto a la prístina área silvestre de Boundary Waters en Minnesota y otra en las montañas de Santa Rita en Arizona.
Descorazonados, pero no sorprendidos por el cambio a favor de la industria del gobierno de Trump, los protectores de estos lugares están regresando al pasado. Otros están preparándose para el futuro de la minería. A medida que crece el hambre global por los metales usados en tecnologías como los teléfonos inteligentes y paneles solares, nuevas áreas podrían enfrentar mayor presión por permitir que los mineros entren. Por ejemplo, el Banco Mundial calculó que para mantener el calentamiento en 2 grados Celsius usando más energía global de fuentes renovables, la tecnología de almacenamiento en baterías por sí sola podría necesitar 10 veces más litio, cobalto, aluminio y otros metales para 2050. En junio, el Departamento de Comercio emitió una estrategia, ordenada por el Presidente Trump en 2017, para aumentar la producción de 35 “minerales críticos”, del aluminio al circonio, los cuales el país importa en grandes cantidades. El cobre no estaba en la lista, pero la demanda global también aumentará.
“Con seguridad, se necesitarán minas nuevas en algún lugar del mundo”, asegura el economista Roderick Eggert de Colorado School of Mines. “Será necesario algo como Pebble, y probablemente varios yacimientos como Pebble, para satisfacer la creciente demanda de cobre”.
Aunque los críticos suelen estar de acuerdo en que no es posible ignorar las necesidades, dicen que el nuevo énfasis de la estrategia para aumentar el suministro ignora los riesgos clave. “Tienen razón en analizar de forma más estratégica la demanda y suministro de metales y minerales, pero no podemos separar las consideraciones medioambientales de las consideraciones geopolíticas y de competitividad”, determina Sharon Burke, directora del programa de seguridad de los recursos en el laboratorio de ideas New America. “Pase lo que pase, no debemos permitir que esas preocupaciones nos empujen a una carrera hacia el abismo”.
El grupo ambientalista Earthworks argumenta que las operaciones de minería a gran escala, especialmente las que causan contaminación del agua a largo plazo, son inherentemente destructivas y deberían ser el último recurso; y no deberían ni siquiera considerarse en los lugares con riqueza ecológica como la bahía de Bristol, dice la directora del programa en el noroeste Bonnie Gestring. Un informe reciente que encargó concluyó que un mejor reciclaje puede reducir significativamente la demanda de cobalto, litio y más. Y cada vez más, comenta, las compañías de energía limpia tendrán el poder del mercado para exigir fuentes de minerales más limpias.
Aun así, algunos metales como el cobre ya se reciclan a gran escala y parece inevitable que se necesiten minas nuevas. Esa es una razón por la cual los congresistas demócratas introdujeron una legislación para enmendar lo que dicen que es una ley anticuada de la época del viejo Oeste que rige la minería de roca dura en tierras federales. El proyecto de ley estipula que se cobren regalías a los mineros como productores de petróleo y gas (actualmente no pagan nada), darles a los administradores más autoridad para detener proyectos de alto riesgo y crear un fondo para los últimos costos. “Antes de que comencemos una fiebre de minería en el siglo XXI, debemos reformar nuestras leyes del siglo XIX”, advierte el portavoz democrático del Comité de Recursos Naturales de la Cámara de Representantes, Adam Sarvana.
Estas reformas mejorarían la minería en los Estados Unidos, incluso si no afectan a Pebble Mine, que está en terreno estatal. Con la decisión del permiso del Cuerpo de Ingenieros del Ejército de los EE. UU. pendiente para el 2020, los oponentes han acudido a los tribunales, demandando por la reversión de la EPA. Aunque el tema parece complejo, Gestring lo ve simple: “En resumen, debemos preguntarnos si queremos contaminación perpetua o salmón perpetuo”.
Este artículo se publicó originalmente en la edición de invierno de 2019 como “Resurgimiento de los metales” (Metal revival). Para recibir la revista impresa, hágase miembro hoy mismo realizando una donación.